Me quedé embarazada a finales de marzo, y el 17 de mayo era mi segunda ecografía, esa en la que ya tiene que detectarse el latido, y yo estaba eufórica, madre y suegra estaban a la espera del mensaje, y en la sala de espera Señor J y yo cuadrando calendario para quedar con los amigos más cercanos y contarles la noticia. Estaba de 8 semanas, lo suficiente para contarlo, o eso creía.
No se me olvidará nunca la cara de la doctora, mirando la pantalla y buscando algo que no había. Haberlo lo había, pero no tenía forma de lo que tenía que tener, y lo que no había era latido. "Es un aborto". Esas fueron su palabras, y un escalofrío me recorrió el cuerpo. No estaba preparada, para nada, es verdad que llevaba dos días un poco mosqueada porque había dejado de tener el sueño arrollador que me llegaba sobre las 8 de la tarde, y el pecho ya no me molestaba ni estaba tan sensible. Mi cuerpo me estaba avisando pero no quise escucharlo.
Me citaron dos días después para hacerme un legrado. Había oído hablar de ello, sabía que era la mejor opción, o al menos no tan doloroso como las pastillas que dan en la Seguridad Social. La experiencia no puedo decir que fuera mala, la anestesia general es maravillosa, (ojalá la pudieran usar los dentistas), no me enteré de nada, no sentí nada, solo despertarme con el "problema" resuelto. Lo único malo que me fastidió fue tener que esperar 3 reglas para poder intentarlo de nuevo.
A los 4 días del legrado me desperté una mañana, como todas las mañanas de los últimos 2 meses, pensando que seguía embarazada. Fui somnolienta al baño y cuando vi la compresa sentí como si cayera en picado. Una patada en la cara me habría dolido menos. Y ahí empezó todo. Empezó una época que nunca pensé que pasaría. Había leído algo así en los foros de abortos y en la poca información que había consultado sobre otras mujeres a las que les había pasado. Pero yo creía que era fuerte, y que esa tristeza de la que hablaban otras no era para tanto, no era el fin del mundo y eso a mi no me pasaría. Me equivocaba, y de lleno. Sí era para tanto, sí me parecía el fin del mundo, y me estaba pasando a mi.
Fui un poco autodestructiva ya que me ponía los vídeos donde habíamos grabado como les dábamos la sorpresa a la familia. Eso me destrozaba. Ver el grito que dio mi hermana, la cara de "qué está pasando?" que puso mi sobrina de 3 años cuando su madre no dejaba de abrazarme, las canciones que quería cantarle "al bebé de la tía", o la pregunta estrella de mi sobrina de 6 años "¿Tía como te has embarazado?". A la familia del Señor J les habíamos grabado un vídeo con fotos del viaje y con la ecografía como sorpresa. Todo eso ya no sirve de nada. Nunca podremos dar la noticia de la misma manera, y ya nunca más será sorpresa.
Con el paso de las semanas me di cuenta de que se trataba en parte de algo hormonal, y fue un bajón que no vi venir y que me dejó huella, porque sí me considero fuerte, y bastante racional, aunque nada me consolaba. El hecho de no poder controlarlo, de creerme la persona más desgraciada del mundo, de que un simple anuncio de pañales me hiciera llorar y de ver que empezaba a no dejarme llevar una vida normal hizo que me planteara buscar ayuda profesional. No fue necesario, la enfermedad de un familiar cercano hizo que mis prioridades cambiaran y pasaran a un segundo plano.
Y por otro lado, y casi sin darme cuenta, mis tres reglas habían pasado.
Señora S.
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